El viaje nos permite reflexionar sobre asuntos básicos y fundamentales, que la vida cotidiana nos impide la mayoría de las veces, pensar sobre el sentido de la vida. Es natural, que al cambiar la forma de ver el mundo, contemplándolo con una velocidad mucho más tranquila, recibiéndolo con una respiración más calmada y controlada, replanteándonos los objetivos y reorganizando la jerarquía de las prioridades, podamos llegar a concluciones sorprendentes, incluso para uno mismo. Por ejemplo, en uno de los días de nuestro viaje, surgió entre nosostros una conversación sobre los matices en el uso de uno de los verbos más determinantes en cualquier idioma, como ¨ser¨ y ¨estar¨.
Siendo uno de los miembros del equipo filólogo hispánico, dialogamos sobre SER y ESTAR, es el tema ¨pesadilla¨ para todos aquellos extranjeros que nunca se habían encontrado con este fenomeno gramatical y léxico en su idioma materno. ¿Cuál es la direferencia entre uno y otro? ¿Cómo diferenciar dos verbos que aparentamente significan lo mismo? Su uso resulta muy confuso y nada preciso incluso, en ocasiones, para los usuarios hispanohablantes que, frecuentamente, los utilizan de forma más intuitiva que consciente.
¨Ser¨ se usa en términos generales; para referirse a hechos y características e indica un estado permanente. ¨Estar¨, en cambio, se usa para describir percepciones y opiniones (…) e indica estado transitorio – según hemos transcrito de un diccionario. No obstante, la distinción produce muchos problemas y es mucho más compleja de lo que pudiera parecer a primera vista. Cometer el error, confundiendo estas dos palabras puede llevarnos a un malentendido y a situaciones incómodas durante una conversación con nuestro interlocutor. Sin saber diferenciarlos correctamente, nos arriesgamos a meter la pata, cambiando, sin querer, la significación de nuestro discurso.
Ya avanzado el diálogo, ese día entre nosotros, éste derivó hacia posturas más filosóficas. Empezamos a darnos cuenta de cómo, llevando ya tres meses de viaje sobre nuestras bicicletas y fuera de nuestra casa, nos sentíamos más identificados y cercanos al “estar” que al “ser”. Nos explicamos:
Cuando uno lleva una vida como la que se nos establece hoy en día, siempre se nos inculca que lo más importante en la ella es “SER ALGUIEN” para diferenciarse de los demás, para “sobrevivir” en esta sociedad en la que nos ha tocado hacernos un hueco y luchar por ello de forma continua. Sin embargo, ese “ser alguien” no hace otra cosa que hacer crecer y alimentar nuestro egoísmo, egolatría, narcisismo… y todos aquellos términos y actitudes que derivan del “ego”. Siempre estamos estableciendo, aunque no nos demos cuenta, una barrera entre “yo” y el “otro”. Algo que fomenta los desencuentros, los confictos, la falta de empatía, compasión y respeto, las guerras, etc…
Por otro lado, fruto de nuestra experiencia viajera, nos hemos dado cuenta de que cuando uno realiza viajes de larga duración y está en continuo movimiento, de la forma que nosotros hemos hecho, se empieza a dar mucha menos importancia al “ser” que al “estar”. Cuando tienes que preocuparte, cada día, por qué comer, dónde comer, dónde y cómo dormir… estando tan conectado con la naturaleza, con el paisaje, los colores, los olores, los sabores, la temperatura… durmiendo bajo una cúpula de estrellas, sintiendo al dormirte el sonido del mar a tus pies, el abrigo de un denso bosque que te arropa y calma en tu sueño, o el miedo ante algún animal salvaje que merodea en tu tienda… te das cuenta de que lo esencial y más importante no es “ser-en-el-mundo” sino “estar-en-el-mundo”.
viajandoamedialuna
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Me ha gustado mucho esta reflexión tan didáctica y filosófica.
Las personas que os queremos “estamos” – aunque en la distancia con vosotros – y con vuestro viaje “somos” felices al compartirnoslo.
Jose
Gracias por ESTAR, Jose. Un fuerte abrazo!