Después de tantas charlas y presentaciones, explicando y argumentando nuestro proyecto, por fin, llega el momento de vivirlo. Surge, entonces, una mezcla de sentimientos y emociones que van, desde cierta euforia inicial, hasta pequeños temores que van apareciendo fruto de la natural incertidumbre que acompaña a cualquier empresa vital como en la que nos hemos embarcado.
Aún se mantiene con frescura en nuestra memoria, el momento de dar las primeras torpes pedaladas para mover las pesadas bicicletas y mantener el equilibrio en las paradas, cruces y tomas fotográficas. De repente, te das cuenta de que algo a lo que no das importancia cuando vives en un hogar, se torna en una cuestión primordial para tu supervivencia: dónde y cómo vas a comer y dormir cada día. Está claro que te tienes que olvidar de hacer la típica compra semanal y empezar a pensar sólo en el día a día, ya que se debe optimizar el peso y no dispones de frigorífico. Sin embargo, por lo demás, el tema de la comida no supone demasiada preocupación. No ocurre lo mismo con el alojamiento, el cual, hay que gestionar con cierta anticipación pero no demasiada, ya que la flexibilidad en nuestro caso es imprescindible (dureza de la ruta, condiciones climatológicas, cómo te encuentras físicamente ese día, estado de ánimo, objetivos del día, etc…). Como primera estrategia, intentamos conectar con otros viajeros que puedan hacernos de huéspedes, a través de ciertas redes de alojamiento solidario y compartido. Gracias a ello, estamos conociendo a personas e historias increíbles que nos están enriqueciendo y aportando, poquito a poco, un bagaje de experiencias, con el cual, alimentar nuestros recursos viajeros. No obstante, al escoger las rutas e itinerarios más alejados y alternativos, nos encontramos, en ocasiones, con regiones en las cuales no hay demasiadas posibilidades de encontrar alojamientos de este tipo o ni siquiera campings. Tenemos que estar, en este caso, preparados para poder pasar la noche haciendo “vivac”, buscando los lugares más discretos, en aquel momento en el que el sol se pone pero antes de que caiga la noche. Ésta coyuntura, nos ha traído momentos de mucha intranquilidad y situaciones complicadas pero, de otra parte, nos ha permitido que, por una noche, nuestro “hogar” se situase frente a una bella cala de Girona, con el amanecer ante nuestros ojos o pasar una magnífica velada con vistas a preciosos pueblos iluminados, en una cálida noche de verano, como nos sucedió en Morella.
En nuestra opinión, esta búsqueda diaria para cubrir las necesidades vitales más básicas de alimento y refugio, nos hace conectarnos con el presente y evita preocuparnos más allá del propio día. Es, sin duda, algo positivo; ya que la mayoría de las veces uno, en su vida cotidiana, está más preocupado por lo que sucederá días adelante o por lo que ha sucedido días atrás, algo que es, en realidad, inexistente y que no podemos controlar.
Por otro lado, al viajar en bicicleta, te das cuenta y eres más consciente de la fuerza que posee la naturaleza. Sientes sobre tu piel el fuerte calor del sol, la dureza del viento en contra, la violencia de las tormentas veraniegas y la oscuridad de la noche. Eso te hace conectarte más con el medio y dejar de relacionarte con ámbitos tan asépticos, artificiales y anodinos como los que nuestro sistema de confort nos ofrece hoy en día.
En definitiva, todos solemos querer tener siempre un suelo firme y seguro bajo nuestros pies. Una ¨alfombra¨ que nos garantiza cierta estabilidad y comodidad. Y la mayoría de nosotros cuando ese suelo se tambalea, nos sentimos mareados de incertidumbre y ello nos genera mucho sufrimiento. Sin embargo, cuando uno intenta aprender a vivir de una manera más sencilla y sin buscar apegarse a esa alfombra bajo los pies, se da cuenta de que algo parecido a la felicidad existe.
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